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El Incendio de la Plaza Mayor de Madrid en 1790 y la farola del bocata de calamares.


Placa en la base de la farola de la Plaza Mayor de Madrid

El incendio de la Plaza Mayor de Madrid en 1790 dio lugar a escenas de generosidad, heroísmo y mezquindad, a un insólito interés por la novedad de las compañías de seguros y a un afán por la prevención que, sin embargo, no impidió nuevos desastres.

En la noche del 16 de agosto, entre el arco de la calle de Toledo y la escalerilla de piedra que daba a los Cuchilleros, en el fondo de la habitación y tienda de un Mercader, se manifestó un grande incendio”. Así empezaba el notable artículo que ese mismo mes de 1790 el Memorial literario dedicó al terrible fuego que con rapidez deslumbrante se extendió por la Plaza Mayor y sus inmediaciones, provocando el pánico entre el vecindario y causando en un momento la ruina de numerosas familias.

Las autoridades reaccionaron inmediatamente. Nada más dada la alerta, se personaron en la Real Casa de la Panadería para organizar la lucha contra el incendio el conde de Campomanes (gobernador del Consejo), Cristóbal Zayas (gobernador de la Plaza) y Francisco Sabatini (arquitecto mayor de S.M.). Contaban con la presencia de numerosos ingenieros, varios arquitectos, de los tenientes de la Villa, del Corregidor... Se movilizó a toda la tropa que había en Madrid, sin que fuera suficiente. Con lo cual, en la madrugada vinieron de refuerzos las Reales Guardias Españolas y Walonas de Vicálvaro y Leganés. Se utilizaron todas las bombas, aguatochas y demás utensilios de que disponían los matafuegos. Sin embargo, pese a los esfuerzos desplegados, el fuego se propagó con increíble celeridad. En pocas horas, todo un lienzo de la plaza se derrumbó. Y fueron necesarios nueve días para extinguir el incendio, aunque el 25 de agosto aún quedaban algunos sótanos en llamas y seguían declarándose pequeños fuegos entre los escombros de los edificios destruidos.

El balance era abrumador: 1.302 personas habían visto sus casas reducidas a cenizas. En un santiamén lo perdieron todo, excepto la vida. Sorprendidos en su sueño, algunos ni siquiera tuvieron tiempo de vestirse antes de lanzarse a la calle. Y, como subrayaban con emoción los redactores del Memorial literario, “a excepción de los pisos bajos que ocupaban los mercaderes, todos los más habitantes eran de cortos haberes; por consiguiente, perdidas sus pocas alhajuelas, ropas o muebles era inevitable quedar para siempre en el estado de la mayor infelicidad”.

Recordad esta história cada vez que esteis en la Plaza Mayor de Madrid y veais esta farola, donde muchos madrileños y extranjeros se sientan a comerse un bodadillo de calamares, la foto del inicio es una ampliación de la farola que os mostramos a continuación.

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